Galois camina compungido por Montparnasse. La vida es dura en un cementerio, como no podía ser de otra forma. Es normal, es lo que tienen los cementerios. Cada vez más habitantes con menos espacio para compartir. Cada vez más problemas en donde se supone que la paz eterna debería ser el canon establecido y respetado por todos los que allí descansan.

La verdad es que esto del descanso eterno nunca fue con Galois. Su mente brillante y su cerebro revolucionario nunca se adaptaron a estar aquí. Es una pena. Con lo bien que podría pasar el tiempo dedicándose a sus menesteres matemáticos. Pero no, a él no le gustan las reglas establecidas. A él siempre le gustó establecer nuevas reglas.

Las normas y los formalismos que tuvo que soportar en vida nunca jamás fueron de su agrado, y ahora en su nuevo estatus las cosas parece que vuelven a ir en una corriente distinta a la esperada en vida. Lo que el imaginó sobre su vida después de la muerte estaba siendo muy distinto a lo que ahora se estaba encontrando.

Menudo jarro de agua fría. La vida en el cementerio era un autentico tostón. Veinte años viviendo intensamente antes de morir dan para mucho. La verdad es que tampoco le dio mucho tiempo a imaginarse lo que estaba por llegar cuando tu alma se escapa Dios sabe donde, pero lo que si tenia claro es que esa sería su última noche.  Las cartas que debía escribir le quitaron tiempo para pensar en su vida post-mortem. Debía salvaguardar su gran descubrimiento. Su teoría de grupos no debía caer en saco roto.

La teoría de Galois abrió puertas en el álgebra que hasta entonces no se sabía ni que existían. Galois no solo descubrió esas puertas, sino que las dejo abiertas de par en par para los restos. Las matemáticas le deben mucho y egoístamente él lo sabe. Nunca nadie en la historia de las ciencias exactas había logrado tanto en tan poco tiempo.

Pero una cosa son los logros y otra muy distinta es la justicia. Si ambas no se complementaban correctamente el final era impredecible. Galois descubrió esto último desde que comenzó a tener uso de razón y salió disparado al colegio desde el regazo de su madre.

Las estrictas normas del sistema educativo no iban con él. Se reveló, y su rebelión contra la sociedad establecida se plasmó a través de sus ideas republicanas. Su rebelión matemática derivó en su famosa teoría de grupos, adelantándose a su época, estudiando una ecuación polinómica como un grupo de elementos que actúan en consonancia. Así se fraguó su famoso legado matemático.

El sabía con toda certeza que su vida se le escapaba la noche anterior a la mañana de autos. La sangre que horas después saldría por su abdomen estaba ya helada. Las raíces de un polinomio de grado cinco tampoco le ayudarían mucho en el momento de la verdad, pero el sabía que tarde o temprano las cartas que esa noche estaba redactando le ayudarían a obtener la justicia que hasta ese momento le había sido negada.

Tres cartas, dos pistolas y un disparo. Este es el resumen de sus últimas horas. Hay personas que en veinte años de vida viven más que otras en diez décadas. Hay personas que dejan marcas en vida mucho más profundas que cualquier teoría matemática plasmada en cualquier libro de texto.

Galois seguirá eternamente caminando entre las tumbas de Montparnasse. Los cementerios nunca le gustaron. Sin enbargo un brillo en sus ojos delata que en su interior los sentimientos revolucionarios descansan tranquilos. Él sabe que sus cartas llegaron a donde debían. Él sabe que en la actualidad todas las facultades de matemáticas del mundo incluyen entre sus programas de estudio “El Álgebra de Galois”.

 

 

Esta entrada participa en la edición 8.6 del Carnaval Matemático, cuyo anfitrión es, en esta ocasión, Matemático Soriano.

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